Psicoanálisis y afectividad

Sobre los afectos y sentimientos en el psicoanálisis

A veces se critica al psicoanálisis porque no ocupa un lugar importante en lo que deberían ser los sentimientos o las emociones, tanto en su aspecto teórico como en su práctica clínica, sino que pone en primer plano lo que se le suele llamar la lógica del discurso del sujeto, de lo que dice, de cómo se articulan y estructuran, a través de sus palabras, sus deseos, de su dinámica pulsional que ponen en juego en sus síntomas y que son los fundamentos que condicionan nuestra manera de ser, de situarnos en la vida y en la sociedad.

Esta crítica presenta en sí misma una contradicción porque no se puede de decir que el psicoanálisis se fundamenta en las palabras que permiten acceder a los deseos y pulsiones del sujeto y a la vez afirmar que no se tiene en cuenta los afectos o los sentimientos cuando precisamente son éstos últimos parte y efecto de los primeros.

Voy brevemente a justificar esta afirmación.

Con el nombre general de afectividad, o afectos, se conoce un conjunto de nombres como la emoción, la pasión, el sentimiento, la cólera,… que están relacionados con nuestra sensibilidad en general y que se diferencian entre ellos por su valor principalmente cuantitativo.

Siempre han estado presentes en los pensadores y filósofos de todas las épocas.

La afectividad está relacionada con la motivación, y su energía somato-psíquica siempre ha sido la de comprender sus efectos en nuestro comportamiento y con nuestra constitución subjetiva, es decir con nuestras vivencias personales e íntimas.

Freud en su elaboración de la teoría psicoanalítica resumió en una palabra, libido para expresar la energía de los afectos, que constituyen nuestra realidad psíquica, y que resume, en su sentido amplio, con la palabra amor que configuraría la energía que activa y dinamiza nuestros deseos, en definitiva, con la vida.

Sin la libido no sería posible nuestra vida pues su existencia se homologa al instinto del hambre y a todo lo que engloba lo que hemos dicho con la palabra amor, es decir nuestras pasiones y deseos más íntimos. Ese todo que nos empuja a vivir y amar, como energía vital de los seres vivos.

En los animales se manifiesta como el empuje, los instintos, que son pautas de comportamientos heredados y prefijados que poco o nada se modifican en su relación consigo mismos y con su medio ambiente.

En nosotros la libido se manifiesta de manera distinta a los animales y a este empuje el psicoanálisis le llama pulsiones y que no obedece a pautas prefijadas hereditarias y son más flexibles y plásticas.

No es fácil definir la pulsión o pulsiones pero Freud las consideraba como la relación que las sitúa entre el límite de lo físico y lo psíquico. Su importancia está en que se desarrolla en los primeros años de nuestra vida en la que se organiza la estructura de nuestros deseos y sus elecciones, los objetos de satisfacción, aquellos que amamos u odiamos. Es lo que se le ha denominado la psicosexualidad.

La afectividad, podemos decir ahora desde la teoría freudiana, correspondería a cantidades de energía pulsional que tendría sus efectos subjetivos en nosotros a modo de sensaciones, sentimientos o afectos penosos o placenteros.

La tesis freudiana es que en nuestro aparato psíquico estaría regulado por el principio del placer que trataría precisamente de mantener esta energía pulsional en el estado más bajo posible, en el equilibrio.

Es decir, el placer sería una disminución de la cantidad de estímulo (energía pulsional) presente en el aparato psíquico, y el dolor o el displacer, un aumento o elevación del mismo.

Así el aumento de la tensión, debido a la carga pulsional, sería displacentero y el estado placentero sería un producto o efecto de su descarga.

El principio del placer siempre busca el satisfacerse y eso no siempre es posible. El aparato psíquico se vio obligado a regirse por otro principio, el principio de realidad, que si bien busca el placer también tiene en cuenta evitar sus consecuencias que pudiera producir esa satisfacción. Esta sería la dinámica de nuestro aparato psíquico.

Ahora, toda pulsión se manifiesta en dos formas: el afecto que sería su expresión cualitativa de la energía pulsional y la otra, la representación o acto de contenido del pensamiento, la idea o imagen, a lo que Lacan llamó significante, término tomado de la lingüística.

Pero sucede que en el funcionamiento psíquico puede darse la disociación de ambos, la separación entre afecto y representación (significante).

Esto explica por qué los humanos nos diferenciemos de los animales ya que sus instintos quedan fijados a sus objetos de apetencia o de lucha, mientras que en nosotros posibilita la relación con nuevos y cambiantes objetos al poder transferir el afecto a otra representación u objeto.

Si bien hay que entender que si todos estamos atravesados por los deseos que nos vincula con nuestros semejantes y demás objetos en general, son sus aumentos cuantitativos los que aborda la clínica psicoanalítica, es decir, la psicopatología. La angustia, la fobia, la depresión persistente, la obsesión… son expresiones cuantitativas de la pulsión, (emociones, afectos, sentimiento, ira, odio…), son excesos.

La pulsión no puede nunca ser objeto de conciencia, sólo lo es la idea que la representa (significante). Si no fuera por este enlace a una idea no se podría saber nada de la pulsión. De ahí que la afectividad en sí misma no sea objeto de investigación analítica, son las ideas o significantes que se enlazan a ella.

Aquí entra en juego los dos principios de aparato psíquico, el del placer y el de realidad. Toda representación no deseada, que no sea placentera, o sea dolorosa, el principio del placer no podrá descargar su energía pulsional, la satisfacción, y tenderá a ser apartada de la conciencia con el mecanismo conocido como represión.

Con lo cual la pulsión correspondiente tendrá que ligarse a otra representación o idea diferente cuya consecuencia, a veces, será una alteración de la vida afectiva de relación del sujeto. Ese sería el secreto cuando nos preguntamos a nosotros mismos ¿qué me pasa? y no sabemos responder. Siento el malestar pero no puedo conocer su motivo.

¿Dónde han ido a parar estas ideas reprimidas? A lo que Freud llama el inconsciente. Es decir, a esa parte de nuestro psiquismo que esta fuera de nuestra conciencia y que existe como un pensamiento paralelo al pensamiento consciente.

Esa es la función del Psicoanálisis la de enlazar las actividades afectivas, como ansiedad, temores, malestar, infelicidad, angustia…, con las ideas del inconscientes que en un momento de la vida del sujeto fueron reprimidas, alejadas de la conciencia y que ha estructurado su modo de ser y de vivir.

Es, pues, su enlace que articula todo una asociación de ideas y pensamientos (significantes) que enlazan con los momentos significativos y afectivos de nuestra historia vital. Sólo así es como el sujeto puede recobrar su bienestar o por lo menos conocer el por qué se sufre, lo cual ya es de por sí apaciguador.

Sigmund Freud
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Vicente Rueda
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